10 de mayo de 2025 Judit Vidal
Crítica de “Yo, Minoría Absoluta” (2002)
El 4 de marzo de 2002 Extremoduro lanzaba su octavo álbum de estudio “Yo, Minoría Absoluta”, con una portada más que sugerente y que, sin duda, a día de hoy sería destrozada por la cultura de la cancelación. En ella se identifica a Robe cual Jesucristo (podría ser una alusión a su mítica “Jesucristo García”) en su crucifixión.
Con un total de 10 potentes y enérgicos temas, la banda se mantiene en su innata habilidad para la crítica social y personal de la sociedad y los seres humanos bajo unas líneas poéticas emotivas y políticamente incorrectas a partes iguales.
El cuarteto igual te despedazaba la tensión sexual con la ironía (“Hoy te la meto hasta las orejas”) que su cantante escudriñaba sus cagadas y desamores (“A fuego”). Al más puro hard rock y un Uoho espectacular que, además, produjo el álbum, no hay un solo tema malo siendo todos carne de legado de la cultura musical española. De hecho, así ha sido con el paso de los años.
A lo largo del disco, también hay espacio para la melancolía, haciendo alegorías a sentimientos tan puros como el enamoramiento, la belleza o el miedo a perder a alguien. “Bebe rubia la cerveza pa’ acordarse de su pelo” (“Stand By”) es uno de los múltiples ejemplos de la habilidad de Robe para describir el instinto primitivo del hombre tras ser atrapado por las garras del amor. También puede hacerte una canción en forma de testamento y crítica musical que es de obligado cumplimiento gritar a todo pulmón (“La vereda de la puerta de atrás”).
Así son Extremoduro, con mucho talento, incluso para añadirle toques flamencos al rock (“Menamoro”) y que les quede bien. De la misma manera que pueden transformar la furia en temas incómodos pero necesarios que resaltan injusticias del día a día, “quién va a meterse por el culo mi libertad de expresión cuando diga que me cago en la Constitución?” (“Luce la oscuridad”). Por eso resultan tan importantes en la música rock española, porque se atreven sin miedo a ninguna repercusión, un carácter que, afortunadamente, no han perdido con el paso del tiempo, y que Robe mantiene en su carrera en solitario. Como recalcaba él mismo en la rueda de prensa del álbum: “Nosotros no nos quejamos, nosotros reivindicamos”.
Y tanto que reivindican. “No queda en pie ni una regla que no podamos saltar” (“Cerca del suelo”) es definitoria de la identidad del grupo, haciendo un llamado a la discordia y el inconformismo ante los múltiples golpes y abusos de la vida, a veces de formas más sutiles que otras, en melodías aceleradas (“Buitre no come alpiste”/ “Puta”) o en ritmos más templados pero igual de contundentes (“La vieja (Canción sórdida)”).
Eso sí, siempre con un exquisito control de las guitarras que pocas veces hemos podido volver a ver en un grupo de rock español. Al final, es esa garra de la que hablábamos que pocas bandas consiguen mantener o, a veces, cuando lo hacen es fácil identificar si es fachada.
Sea como sea, Extremoduro siempre formaran parte de la cultura popular española, habiendo finalizado su trayectoria en un momento idóneo y, a pesar de echarles mucho de menos, su recriminatoria música convivirá en el imaginario colectivo de los que los alabamos para siempre.

Portada del álbum
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